El Martes, en el círculo de los eSports se dio a conocer la triste noticia que Ingrid “Sol” Oliveira Bueno da Silva, joven brasileña de 19 años y jugadora profesional de CoD: Mobile, fue asesinada por otro jugador, Guilherme “Flashlight” Alves Costa. El fatal acontecimiento sucedió este Lunes, y uno de los detalles más desgarradores es que de acuerdo a lo trascendido, fue premeditado.

No sólo eso, sino que antes de entregarse y confesar que “había querido hacerlo”, y decir que su salud mental estaba completamente sana, envió por WhatsApp imágenes de su crimen.

Sin dudas, el comunicado significó un gran golpe para la industria, pero lamentablemente no resultó tan sorpresivo de creer, como se desearía. Al menos no, para una parte de los jugadores. Por respeto al suceso, considero ético no ahondar en los detalles de lo sucedido, pero sí deseaba expresar unas breves palabras en referencia a la situación en general.

No es nuevo hablar y sacar a relucir el pensamiento de si los videojuegos fomentan o provocan la violencia. De hecho, hasta hemos visto debates muy “fundamentados” en los canales de noticias… Pero tampoco es nuevo, aunque sí mucho menos comentado, que la comunidad de los videojuegos tiene un tinte no tan sano, ni conciliador. En especial, en los juegos online y hacia distintos sectores.

Partiendo desde el aspecto más general, no es extraño que en alguna partida podamos haber escuchado chicaneadas entre usuarios, al estilo de “manco” o “no sabés jugar, desinstalalo”. Frases desafortunadas y desmotivadoras, especialmente si justo alguien está aprendiendo a jugar, pero digamos que podrían considerarse como comentarios más “banales”. Subiendo un escaloncito más, podríamos ubicar los insultos más orientados hacia las etnias y las nacionalidades; ya un tanto más fuertes. Posteriormente podríamos mencionar los comentarios orientados a señalar las conductas del género opuesto. Y aquí quisiera hacer un comentario. Afortunadamente, nunca me encontré con comentarios agresivos en primera persona, pero conozco mujeres a las que desde el vamos las han invitado a que vuelvan a la cocina, hasta ir incrementando el grado y llegar a amenazas.

¿Por qué digo esto? Porque si bien lo de Sol podría considerarse como un hecho muy lamentable y aislado, la irritación porque otras personas jueguen se va viendo de forma global. Aquí, ya se fue a una aberración, pero si ese respeto por los otros usuarios sigue en déficit, estas terribles situaciones podrían no resultar tan aisladas. Y no, precisamente, por si los juegos lo vuelven a uno más, o menos, violento.

Al fin y al cabo, casi que resulta irónica la dicotomía que en la vida real a algunas mujeres las insultan, amenazan, o peor, como en esta noticia, al jugar videojuegos, y como contrapartida el eterno concepto de jugadores recibiendo skins gratis por usar personajes femeninos.

Si bien vende el debate acerca de si son los juegos los culpables de la violencia, deberíamos acostumbrarnos a que primordialmente, y sobretodo en casos como estos, somos nosotros mismos los responsables. Sumado a que hasta en los juegos más ingenuos, como en Fall Guys, nos podemos encontrar con situaciones que no favorecen al fair play. El primer paso al jugar debería ser entretenerse, y luego, en lo posible ganar.

Considero que es necesario un cambio de actitud en la comunidad de los videojuegos. Jugar y dejar jugar a quien lo desee, sin tener que agredir ni dar opinión acerca de quién lo hace. El asesinato de Sol, lamentablemente, es un llamado de atención de que las cosas no están bien y que están tomando un tono más serio.